Ángeles, Musas y Duendes. Breger y Lorca.

 Algunos extractos del libro de John Berger "Fama y soledad de Picasso" Editorial Alfaguara que animo a leer.

Escribe Berger:


Lorca, que nació cerca de Granada ocho años después de Picasso, escribió un ensayo sobre el tema del creador poseído. Se titula "Teoría y juego del duende". El duende es una especie de demonio diábolico. Cita a un cantante andaluz que dice "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende". Luego añade:

             Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos,               que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte.

A medida que Lorca sigue definiendo el duende, sugiere por qué el concepto, históricamente, es peculiar de España. Distingue entre el duende y la musa y entre el duende y el ángel. Para él, la musa representa el espíritu del clasicismo que lleva a la ilustración, como, digamos, en el caso de Poussin. El ángel representa la lucidez que conduce al humanismo renacentista, como, por ejemplo, en Antonello de Messina. Ambos, pretende, son desdeñados en España porque ninguno reta a la muerte.

              En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte... Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en fresca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere y, en la curación de esta herida que no se cierra nunca está lo insólito, lo incentivo de la obra de un hombre.

El duende nace de la esperanza:

             La llegada del duende presupone siempre un cambio radical de todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega producir un entusiasmo casi religioso.

(...)

           Entonces la Niña de los Peines se levantó como una loca, troncahada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero..., con duende.

Habia logrado matar todo el andamiaje de la creación para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de los vientos cargados de arena, que hacia que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.

La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaban oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo suscinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a sus musas y quedarse desamparada y que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó!




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